Luchando en Michigan por los derechos de los inmigrantes indocumentados 

Gema Lowe, quien hace 30 años emigró de México a Estados Unidos, describe su recorrido como defensora en Grand Rapids de los inmigrantes indocumentados.

Este artículo, publicado originalmente en inglés por Borderless Magazine, está disponible en español gracias al proyecto “Traduciendo las noticias de Chicago”, del Instituto de Noticias Sin Fines de Lucro (INN).

Por Emma Glassman-Hughes

Gema Lowe es una inmigrante mexicana indocumentada, madre y ex trabajadora de fábrica. También es cofundadora del capítulo de Michigan del Movimiento Cosecha, movimiento nacional no jerárquico dirigido por inmigrantes que aboga por la protección permanente de todos los trabajadores indocumentados. A través de medios no violentos, no cooperativos y no partidistas, Cosecha organiza a trabajadores, activistas y artistas para demostrar que el trabajo de los inmigrantes es esencial para este país.

Lowe conversó con Borderless Magazine sobre lo que significó perder su estatus legal de inmigración y lo que la inspiró a convertirse en organizadora de otros inmigrantes como ella.

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Mi decisión de ser una organizadora fue en parte, algo personal. He visto al sistema actuar de una manera específica con trabajadores como yo. He visto que una vez que estás herido y no estás trabajando, el sistema busca excusas para deshacerse de ti, especialmente con los inmigrantes indocumentados como yo.

Nací en Guanajuato, México, y viví allí hasta los 19 años de edad. Cuando estaba por terminar la preparatoria, falleció mi padre. Era el sostén de nuestra familia y cuando murió, se me hizo muy difícil continuar con mi educación. Pero tenía tíos que vivían en Estados Unidos y que se ofrecieron a traerme, solo por un corto tiempo para que aprendiera inglés. Supongo que esa es la historia de cada inmigrante: no crees que te quedarás tanto tiempo. Tengo 49 años de edad y he estado aquí durante 30 años.

Cuando llegué a los Estados Unidos, fue un choque cultural. En ese momento, estaba legalmente en el país por medio de mi matrimonio. Pero todo cambió en 1996 con la Ley de Reforma de la Inmigración Ilegal y de Responsabilidad del Inmigrante (IIRIRA, por sus siglas en inglés)

Al principio, tenía un estatus legal condicional por medio de mi matrimonio. Pero justo cuando era elegible para el estatus permanente, cambiaron las leyes y el plazo en el que podía legalmente solicitar el estatus permanente se redujo de cuatro años a tres. Debido a ese cambio, ya había perdido un año del tiempo de corte. Los abogados de inmigración me dijeron que no había nada qué hacer para que recuperara mi estatus migratorio.

Al principio, perder mi estatus no se sintió tan diferente. Mi hija mayor nació en 1996, así que estaba más enfocada en ser madre. Tenía a un nuevo ser humano a mi lado y me dediqué a mi familia y a mi trabajo, como cualquier otra persona lo hubiese hecho.

Pero aprendería que ser un trabajador indocumentado tiene sus complicaciones. En 2011, me lesioné las rodillas en la fábrica donde trabajaba. En Grand Rapids, había tenido diferentes trabajos en fábricas, sobre todo administrativos y de fabricación, pero debido a mi lesión tuve que dejar de trabajar en las fábricas. Perdí mi trabajo, mi salud y finalmente, mi casa.

Me enfrenté a muchas dificultades tratando de obtener atención médica adecuada; siendo indocumentada, no pude reclamar el seguro por incapacidad. Solamente tenía 30 años de edad y los cirujanos dijeron que era demasiado joven para los reemplazos de la rodilla. Terminé usando muletas y una silla de ruedas durante dos años, incapaz de caminar.

Necesitaba ayuda y no podía conseguirla. Tenía que abogar por mí. Antes de esto, me concentraba en mi pequeña burbuja: mi casa, mis hijas, mi trabajo. No era muy consciente de mi comunidad. Pero cuando mi salud cambió drásticamente, también cambió mi perspectiva. Mientras me curaba las rodillas, empecé a trabajar en un centro de trabajadores en Grand Rapids. Allí, ayudé a otros trabajadores a superar lesiones como la mía, así como ayudarles en asuntos como el robo de salarios y las condiciones de trabajo inseguras.

La primera vez que escuché hablar del Movimiento Cosecha fue en 2017, a través del director ejecutivo del centro de trabajadores, quien se enteró que Cosecha estaba planeando una reunión nacional en Boston. Me invitó.

Ese viaje cambió todo para mí. Recuerdo que éramos como 400 personas reunidas en una habitación en esa universidad. Creo que yo era la única con canas. Fuimos a Old Navy y bailamos dentro y cerramos la tienda. Fue muy, muy genial. Inmediatamente sentí que Cosecha era lo que nuestro movimiento necesitaba.

En febrero de 2017, el terreno era fértil para plantar Cosecha en Michigan. Trump estaba siendo un “bad hombre” cada día más y la gente estaba dispuesta a hacer algo al respecto. Nuestra primera marcha por Cosecha Michigan reunió a 2,000 personas en Grand Rapids.

Para una marcha habitual, si 500 personas acudían, ya era algo grande. Por lo general tengo que arrastrar a mis hijas a los eventos. Pero esa vez, ellas fueron las que llevaron sus propios letreros que decían “Soy orgullosamente la hija de una inmigrante”.

En mis años anteriores a Cosecha, todo fue un proceso lento. Tuvimos victorias caso por caso. Si a un trabajador no le pagaban su salario, luchábamos juntos para recuperarlo. Si un trabajador estaba trabajando en malas condiciones, luchábamos para cambiarlas. Pero esa era la extensión de la misma. No era un cambio social. Cosecha me ha enseñado todo sobre el poder de la gente: el poder de tomar nuestra libertad en nuestras propias manos. Y eso es lo que necesitamos ahora.

En 2019 en Grand Rapids, terminamos con los contratos locales de aplicación de la ley con ICE, así como con las bodegas de ICE. Estas prácticas se establecieron en el condado de Kent en 2012 durante la administración Obama: ICE formó contratos en todo el país con gobiernos locales para aumentar las deportaciones de personas indocumentadas que a menudo eran detenidas por cargos menores y retenidas en centros de detención.

Pero en 2019, Cosecha Michigan vio dos oportunidades para poner fin a estas prácticas. A escala nacional, empezamos a ver niños en jaulas, lo que hizo que ICE fuera mal visto ante los ojos del público. Localmente, estaba la historia del veterano de la Marina de EE.UU. (y ciudadano de EE.UU.) Jilmar Ramos-Gómez que sufrió de estrés postraumático y entró en un helipuerto del hospital. Fue arrestado por la policía, que se puso en contacto con ICE, que lo llevó a un centro de detención donde casi enfrentó a la deportación.

Esa historia salió en las noticias; enfatizó que este sistema está tan mal y que necesitáramos acabar con las retenciones y contratos del ICE.

Y cuando terminamos la relación de la ciudad con ICE, eso tuvo un impacto inmediato. Los abogados de inmigración nos llamaron para decirnos que sus clientes salieron por lo que nosotros hicimos. Literalmente, le arrebatamos a nuestra comunidad de las manos de ICE. La comunidad indocumentada lo hizo unida, organizándose.

Como indocumentada, no le temo a la deportación. Creo que si alguna vez sucede, tendré toda una comunidad y juntos lucharemos para derrotar este injusto sistema de inmigración. No he regresado a Guanajuato desde que perdí mi estatus hace más de 20 años; aunque tengo parientes en México, me siento más michiguense que mexicana. Por supuesto que estoy muy orgullosa de mi herencia y mi ascendencia, pero también fui criada por este país. Mi madre vive aquí, con nosotros. Mi hija mayor se graduó de la universidad.

Incluso con dos hijos, se superó y se graduó y estoy muy orgullosa. Mi hija menor es estudiante de primer año de preparatoria y es muy aplicada en la escuela. Tengo dos nietos. Ahora todas mis raíces están aquí, así que no tengo miedo.

Traducido por Gisela Orozco